Me invitaste para vernos por la noche en tu casa. ¿Una vez más? Bueno acepté, luego mientras transcurrían las horas me estaba desanimando. Cuando volviste a llamar te dije que mejor otro día. Eso no se puede hacer contigo, eres persistente en todo y para insistir sin caer pesado, eres excelente. Era un jueves y me dijiste que no podía hacerte eso, pues temprano ya te había dicho si y no podías a estas alturas cambiar todo tu itinerario pues inclusive te habías tomado la molestia de cancelar un examen a tus alumnos y se los postergaste para el día siguiente. No sé si era cierto o no pero me convenciste. Bueno ya qué importaba, la pasaba siempre bien contigo.
Mi "amorcito" llegó a verme para pagar el consumo de su celular. No nos habíamos visto desde la última discusión hace casi una semana. Días anteriores, vía telefónica le había prometido que mi actitud con él iba a cambiar, así que era momento de demostrar con actos el lindo discurso. Llegó cuando recién había salido de la ducha y estaba vistiéndome. Escogí una blusa roja con un escote muy provocativo, normalmente no la uso porque justamente tiene ese detalle o me coloco una prenda debajo para disimular. Sin embargo, para esa noche estaría perfecta y si tú me verías más tarde con ese atuendo mucho mejor. Todo estaba bien hasta que le contestó a su amiga, intuí quién fue pero no se lo dije. En realidad es una chica que tiene enamorado pero siempre lo busca o lo llama, en el fondo quiere algo con él. Por lo que él respondía, entendí que se verían en el centro comercial. Cuando le pregunté qué haría allá, su respuesta fue evasiva y lo confirmé, estaba segura que se vería con ella. Lo conozco tanto que sé que cuando va a hacer algo que no tiene por qué ocultar, me dice todo con puntos y comas. Sin embargo, cuando se trata de verse con alguna de sus amiguitas, evita dar mayor información, como ocultando. Me dio cólera, no sé si irían al cine o algo así. Luego pensé que yo era el colmo, me estaba enfadando porque él que aún era mi amigo saldría con una chica mientras yo me estaba alistando para ser tuya en unas horas. Así soy de egoísta con él.
Bueno, mi rostro cambió, estaba evidentemente enojada. Me peiné delante de él, aún con el cabello mojado. Vio una vez más, mi proceso de cambio, desde estar con la cara lavada, recién salida de la ducha hasta el maquillaje casi profesional. Mientras le daba color a mis párpados, él me indicó que el color estaba muy intenso. Eso me fastidió y le dije: "Yo me pinto como quiero y así me gusta, además tú no eres el que me va a ver esta noche". Con ese comentario le hice saber que yo también tenía planes para verme con alguien. Fue fácil notar que tampoco le gustó. Así no vale, él también quiere practicar la Ley del Embudo, obviamente, lo ancho para él de ese modo sí puede salir con sus amigas y yo no puedo salir con nadie. ¡Qué tal gracia! Se quedó en silencio un momento, mientras craneaba lo que le había dicho. Y respondió: "Yo te lo digo para que te veas más linda, porque me gusta que te veas bien". Luego me increpó que otra vez estábamos discutiendo y que no entendía mi actitud. Entonces dije sonriendo con sarcasmo: "Tienes toda la razón, mil disculpas. Mira, las cosas para mí están muy claras. Tú y yo no estamos, no somos pareja, por lo tanto cada quien puede salir con quien le plazca, el día y la hora que desee. Entonces tú anda al centro comercial a hacer no sé qué cosa con tu amiga, y yo saldré con la persona que he quedado". Alguna vez él me dijo que no le gustaría saber que yo tengo relaciones con otra persona. Sin embargo, estaba claro que él si las tenía, inclusive a veces me lo había contado y no sólo con una aunque no sé cada qué tiempo. Le hice saber que así como alguna vez me dijo eso, entonces seguramente no le gustaría saber qué es lo que realmente hacía yo. Y con ironía le pregunté si acaso quería que le cuente lo que hago y con quién. Y volví a lanzar la flecha, creo que esta vez le llegó al corazón o a su ego masculino. Estaba casi confirmándole que efectivamente yo estaba teniendo algo con alguien, no necesariamente algo sentimental pero sí íntimo ¿Tenía derecho a molestarse?... Seguíamos teniendo el status de amigos y hacía más de siete meses que nosotros no teníamos intimidad. Sus ojos me miraron con tristeza, yo preferí no dejarme llevar por el sentimentalismo.
Él me estaba esperando para ir juntos, íbamos casi por la misma ruta. Su amiga lo llamaba desesperada. Yo me demoraba a propósito en alistarme. Él me esperaba con paciencia. Se enredó mi cadena, la arregló, hizo el intento de ponérmela, yo la cogí y me la puse sola. Al notar mi esmero en alistarme él tuvo celos. Me coloqué el saco y cubrí el atrevido escote con una chalina roja pues hacía frío. Me sentí especialmente guapa esa noche o así querían verme mis ojos en el espejo. Con ese atuendo nadie imaginaría que por dentro llevaba puesta esa blusa y el hilo dental fucsia. Mientras yo retocaba mis uñas me llamó mi tía, iría a recogerme en su auto para ir a ver a una clienta. Le pedí disculpas a él por la espera inoficiosa. Comprendió sin reclamarme nada. No obstante, se fue notablemente fastidiado pues una vez más habíamos discutido por tonterías, peor que enamorados. Me fastidió que se despidiera casi por cumplir con un leve beso en la mejilla y agregó: "No te preocupes, yo cierro las puertas sino te vas a malograr las uñas recién pintadas" y se fue.
Más tarde, mientras le hablaba a mi clienta, tú llamaste varias veces. Yo intentaba hacer rápido mi trabajo para llegar temprano a verte. Llamaste haciéndome saber que se te había pinchado una llanta; demorarías en llegar a tu casa un poquito más de lo previsto. Yo no tenía problemas con tu demora, pues aún no me desocupaba. Volviste a llamar y no paraste hasta asegurarte que por fin estaba camino a tu casa. Pero, antes de tomar el taxi compré galletas para saciar mi hambre. No había cenado. Cuando vi los halls los compré con la intención de más tarde usarlos para lograr tu mayor placer.
El ingreso, el saludo y llegar hasta tu habitación fue como siempre: con el miedo de ser descubierta por tus padres. Ya todo era muy familiar; tu habitación ordenada, la luz tenue casi romántica, tu casual pijama, la tranquilidad del ambiente, tu música A-1, el grande espejo frente a tu cama, donde puedo verme todo el tiempo mientras hablamos y estoy apoyada en una almohada contra la pared o con un uso más erótico cuando sirve de afrodisiaco disfrutando mirarnos allí al hacerlo. Me sentía fresca por el reciente baño. Tenía frío pero estaba contenta, relajada. Siempre sé que contigo nunca me enojo, sólo reímos, tenemos amenas conversaciones y en el peor de los casos me pongo algo feeling nada más, pero nunca hay discusiones. Sacaste un whisky etiqueta negra con una simpática presentación en una caja de cuero. De pronto recibí una llamada, era jueves de modo que debía casi obligada que atender a mi clienta. Eran casi las diez de la noche y no podía dejarlo para el día siguiente. Tu lap top tenía internet pero no el programa que yo necesitaba para hacer mi trabajo. Entonces decidí llamar a mi mejor amigo que vive en otra ciudad para pedirle que me ayude. Él jamás dice no puedo, es muy servicial. Todo ese trámite me demoró más de media hora, tú fuiste paciente o al menos eso aparentaste.
Luego cuando por fin estuve disponible, empezamos a conversar y a reír como siempre. Fumamos un cigarrillo. También pusiste un par de sensuales canciones que yo te había pasado hace unas semanas por internet. Poco a poco me iba desvistiendo, me saqué el brasier para estar más cómoda y continué con la escotada blusa puesta. Esa es tu característica frase: "Ponte cómoda". Eso dices cuando quieres que me desvista. Me abrigué con la mantita que tienes sobre tu cama y seguíamos conversando. Lo hicimos, fue rico. Sigue siendo extraño entregarnos, contarnos nuestras cosas, no enamorarnos y seguir siendo amigos. Existe confianza, hay química, me encanta eso. Somos exactamente lo que significa el título de la película que alguna vez me recomendaste "Amigos con derechos".
Me contaste que esa mañana te habías visto con un amigo del colegio con quien no te veías hace muchos años. Me mostraste tu gran tesoro que este muchacho te regaló. Era hierba, marihuana, perdón así suena feo, lo siento. Es que no recuerdo el nombre que utilizas para referirte a ella. Creo que es cannabis. ¿Así suena más bonito verdad?, bueno a fin de cuentas es la misma vaina. Ambos somos adultos, no era la primera vez que fumabas delante de mí. Te daba risa y decías que mientras tú fumabas, yo me "horneaba". La primera vez si debo confesar que me sentí rara, no por el efecto sino rara de tener frente mío a alguien que estaba consumiendo algún tipo de estupefaciente, esa cosita que en mi entorno se relaciona sólo con la gente mala o a la que tiene "problemas". He sido muy prejuiciosa, lo sé. Pero ya era la no sé qué vez que fumabas cuando estabas conmigo, era algo que no me gustaba. En primer lugar por el olor, y en segundo, porque esa planta te ponía lento y me aburría cuando eso ocurría. Sin embargo, igual había aprendido a tolerar y respetar tu decisión. Además que, al menos frente a mí, sólo dabas unas dos o tres pitadas. Recuerdo que la primera vez que lo hiciste me pediste permiso, digamos que si yo te decía que no lo hagas porque yo estaba allí, no lo hubieses hecho. Entonces tu cannabis y yo ya nos habíamos familiarizado hace mucho tiempo aunque aún yo no lo pasaba, digamos que lo miraba feo, como cuando alguien que no conoces ni has tratado mucho no te cae muy bien.
Te veías muy curioso con tu pequeña pipa que no recuerdo si tiene un nombre especial. Es bonita y la guardas junto con tu hierba de una manera muy prudente para que nadie te la encuentre. Alguna vez me contaste que a tu enamorada no le gusta que fumes delante de ella y no sé si piensa que no lo haces o si tiene conocimiento de que lo haces cuando ella no está. Por otro lado, estaba el tema de tu apariencia social, si la gente sabe que un médico fuma marihuana no pensará que lo hace por una cuestión netamente medicinal, que le reza, que la respeta. La gente pensará "Ese médico es un drogadicto". Yo estaba segura que no lo eras. Creo que no sólo le tienes respeto a tu cannabis, además le tienes mucho aprecio. Te transporta, te libera, te relaja, te ayuda. A decir verdad era la primera vez que conocía a alguien sobresaliente que la fumaba y no lo veía con el ojo y dedo acusador para decirle "Drogadicto", no me dabas pena. Al contrario, en realidad te admiraba, no porque fumaras sino porque tienes muchas aristas positivas además me caes bien, eres mi pata.
Repentinamente te pedí que me invitaras. Me animé porque esta vez tu cannabis no apestaba. Era de "la buena" como dirían algunos. Me miraste con asombro y con una sonrisa cómplice, me preguntaste si estaba segura, te dije que sí. Sólo quería saber qué se siente. Como dicen la curiosidad mató al gato. Y esta gatita quería experimentar, tenía algo de miedo, pero al mismo tiempo quería saber de qué se trataba esa cosa que nuestros padres, los adultos y los profesores toda la vida nos dicen que no se debe ni siquiera intentar probar. Y lo hice. Aspiré de tu pipa o como se llame. Me indicabas que lo haga muy fuerte, intenté hacerlo, no sé si lo hice bien. No sentí nada, no había sabor feo, no olía mal. Hubo un pequeño ardor, casi imperceptible en la nariz, boca y garganta, como una cosquillita rica. Exhalé prácticamente nada. Insisto no sé si lo hice bien o no, sólo sé que la probé. Tenías curiosidad por saber lo que sentía, yo no sabía con palabras cómo describírtelo y de repente nunca tenga las palabras adecuadas para expresar exactamente lo que ocurrió en mi cuerpo. Es que tengo un no tan preciso recuerdo pues para ese momento estaba cansada y ya habíamos tomado varios vasos de whisky. Volví a fumar, el tema es que al poco rato me sentía lenta, muuuyyy lenta.
Quise sacarme el sabor extraño pero no feo de la boca y cogí el muy bien visto después de esa noche "Halls". Fue entonces que con el caramelito fresco en mi boca te pregunté si deseabas que te haga sexo oral. Ya en otras ocasiones me habías explicado que no es saludable hacerlo sin condón. Inclusive en alguna ocasión intentaste que lo hagamos a tu modo pero yo no soportaba el sabor de jebe ni el lubricante. No me gustaba. De modo que preferíamos no hacerlo porque a mí no me gustaba con ese plástico y tú aducías que sin condón se pueden trasmitir muchas enfermedades, era como hacerlo sin protección por la vía común. Pero esa noche estuve iluminada. Y para beneplácito de ambos, el Halls fue nuestro aliado. No sé si a otras mujeres les ocurre pero a mí me resulta muy excitante hacerlo, me siento extasiada cuando sé que puedo lograr que mi compañero tenga placer. Nunca lo he hecho por obligación. Siempre lo he disfrutado. Y el tema del Halls no era una brillante idea mía. En realidad hace muchos años lo escuché como consejo de Alessandra Rampolla, mi maestra. Entonces las gracias van para ella pero el mérito también es mío, al arriesgarme a hacerlo y al hacer un buen trabajo. Es que tampoco es fácil, una debe tener cuidado para no causar malestar con el inocente caramelito y a la vez no tragárselo. Hace muchísimo tiempo se lo hice a mi enamorado, le encantó pero no sé por qué nunca volví a hacerlo. Yo no tengo falo ni deseo tenerlo y nunca sabré lo que se siente pero la teoría dice que, en circunstancias como esa, éste se encuentra a una temperatura más alta de lo normal y al sentir el contacto de la frescura o frialdad del bendito Halls, además de los movimientos de la lengua y boca, el placer es inevitable. Y esa fue la explicación que esa noche te di, bueno claro luego de comprobar in situ tu reacción positiva al respecto. Estaba contenta de que te sientas bien. No salías de tu asombro cuando te conté que realmente compré esa barrita de Halls a propósito, es decir, debo confesar que efectivamente mi actuar fue con total alevosía. Luego lo hicimos como siempre, pero esos dos nuevos factores alteraron el producto, pero para bien. Tú calificaste nuestro encuentro como el mejor de todos, luego agregaste que fue la vez que habías experimentado mayor placer. Agradezco tu apreciación con esta humilde servidora.
Las risas continuaron, el placer flotaba todo el momento en el ambiente. Sin embargo, como todo lo que empieza tiene que acabar, ya era una hora avanzada y yo debía regresar a casa. Esa era una de las partes que menos me agradaban. Estar abrigadita, pasándola bien o cansada si quieres, pero al fin de cuentas sintiéndome bien, inclusive con ganas de dormir pero cada vez luego de un encuentro de esa naturaleza, mientras tú te quedabas cómodo en tu casa, yo tenía que regresar a mis santos aposentos. Siempre te decía que no era justo porque yo tenía que vestirme, coger mis cosas, salir con el corazón en la mano y el miedo de que me vea alguien más, sentir el frío de la noche, subir al taxi, llegar a casa sigilosamente, subir las gradas, ponerme la pijama, sacarme los lentes de contacto, limpiarme el maquillaje y recién meterme a mi cama; preciso momento en el que te llamaba para avisarte que ya estaba en casa o momento justo en que tú llamabas para preguntar si todo estaba en orden. Odiaba y odio todo ese proceso. Lamentablemente la única forma para que tú padezcas lo que yo, sería que vengas a mi casa y eso sí que lo veo realmente imposible. Sería como una película de suspenso, creo que simplemente no podría ni siquiera hacerlo, me paralizaría con el solo hecho de imaginar que mis padres podrían escucharnos o verte y morir en el intento.
En fin, en el trayecto a mi casa, me seguí sintiendo lenta. Tú le llamas a eso, estar relajada, yo me sentía lenta, tonta hasta para sacar el dinero de mi billetera al momento de pagarle al taxista, haciendo el mejor esfuerzo para poner atención y utilizar todos mis sentidos. Fue extraño, nunca me había sentido así, no me sentía mal, sólo que todo lo que yo hacía era muy lento, y tuve esa sensación todo el tiempo, hasta que logré quedarme dormida. Aunque antes de eso pude mirarme en el espejo, mi rostro se veía extraño, mis ojos estaban ligeramente rojos, mis pupilas estaban diferentes. Sin embargo, no era la típica expresión de una persona que ha ingerido bebidas alcohólicas.
Al despertar al día siguiente, me sentí extrañamente fresca. Estaba contenta, tenía mucha energía. No tenía resaca y me sentía muy bien; no sé si era por el sexo, el whisky, tu cannabis o todos juntos pero me sentía bien. Me había despertado temprano porque tenía algunos asuntos laborales pendientes. Te llamé para preguntarte cómo estabas y creo que en realidad recién te levantabas, te habías quedado dormido. Luego pudimos hablar con más paciencia, me hiciste saber que te sentías muy bien. También te creí porque yo me sentía fabulosa, entonces ¿por qué tú no?. Con esto no quiero decir que la marihuana me dio felicidad, sólo sé que la probé y al siguiente día tuve una reacción distinta a la normal pero positiva. Tampoco pretendo fumarla o que sea parte de mi día a día. Simplemente te explico lo que me ocurrió, lo que sentí. Y luego de experimentar puedo afirmar que tuve una grata experiencia con tu afamada Ganya, no la considero mi amiga, pero fue agradable conocerla.