Mientras estuve de viaje me resfrié. Tú no siempre eres mi medicina pero resultas ser un buen aliciente cuando puedo compartir tiempo contigo. En realidad más que cuando me recetas algo para calmar alguna dolencia, me recupero más rápido cuando me haces reír. Es que así eres tú, tienes una habilidad especial para nunca estar enojado y además de eso hacerme reír por cualquier cosa. Debe ser por eso que resulta muy agradable pasar tiempo a tu lado o escucharte por teléfono sin cansarme.
En fin faltaban aún dos días para mi retorno y yo no paraba de toser, sobre todo cuando intentaba descansar. Era de verdad insoportable. De modo que por teléfono me recetaste que tome unas cuantas pastillas para la alergia. Las tomé tal como me recetaste pero hubo un pequeño detalle, no dejé de disfrutar del importante evento al que asistí, así que la enfermita, por la noche tomó vino, cuba libre, whisky, agua helada, cerveza, champagne, gaseosa y bailó hasta el cansancio. Y por si fuera poco se le ocurrió la grandiosa idea de llegar al hotel a las tres y media de la mañana para disfrutar del jacuzzi, las sales y las burbujas. Es que en serio, no podía ir a dormir con el cuerpo sudado. Ya lo sé, de cochino nadie se ha muerto pero yo no pude con mi genio, no quería imaginar ponerme la pijama estando así. Luego el aire acondicionado me remató y allí estaba yo, seis días después de regreso a mi ciudad con un resfriado indeseable, tosiendo como tuberculosa y con un terrible malestar en todo el cuerpo. Obviamente tú, mi médico de cabecera, no me dejó en ningún instante. Varias veces me llamabas para consultarme cómo seguía y darme tus sabias indicaciones. Como no notabas mi mejoría, una mañana me dijiste: "Pero corazoncito cómo quieres sanarte si no te cuidas" y ni mi cara de niña diciendo "yo no fui" pudo salvarme de ese terrible resfrío.
Hacía dos días que había regresado y ya me sacaba de quicio el hecho de seguir enferma. Tú también estabas preocupado de modo que me sugeriste que me coloque un par de inyecciones. Al inicio tuve temor, pero la verdad ya no soportaba el malestar así que acepté tu propuesta y fui a verte pues me ofreciste darme tres ampollas. Cuando me las entregaste me preguntaste si tenía quién me las coloque y te dije que sí (pensé en una amiga obstetra pero para la noche) o si no podría ir a alguna farmacia para que me las coloquen. Me respondiste que en las farmacias ya no daban ese servicio pues estaba restringido así que te ofreciste a colocármelas tú. Sin embargo, ya era muy tarde y tenías que ir a recoger del jardín a tu pequeña entonces me propusiste vernos en un par de horas en tu casa. Yo estaba con tanto malestar que lo único que deseaba era recuperar mi salud a costa del dolor que podían causarme esas inyecciones.
Cerca de las tres de la tarde estaba yo llegando a tu casa, por primera vez, a plena luz del día e ingresando por la puerta principal como gente decente, no como acostumbraba hacerlo por la cochera a altas horas de la noche y siempre como camuflada. Entonces esta particularidad me llamó la atención, bueno ya una vez hace un tiempo una tarde también ingresé por la entrada de la sala cuando estaban tus papás en casa descansando, luego de un compromiso. Esta vez era diferente, estabas solo en casa, tus papás habían viajado y nos sentamos en tu sala, como gente normal. Saqué las inyecciones de mi cartera y te entregué una. Me preguntaste si era alérgica a la penicilina y te dije que no, me volviste a preguntar y te dije que creía que no, una vez más hiciste la misma interrogante y me estabas empezando a caer pesado, respondí que no sabía, no estaba segura, pensaba que no. Entonces con toda la seriedad del mundo me dijiste que no podías arriesgarte a ponerme esa inyección porque si era alérgica podía hasta morirme y la única forma de saberlo era haciéndome la prueba pero sólo la podían hacer en el hospital...¿Conclusión?...No habría inyección.
No obstante, parecía que muy poco te interesaba mi salud esa tarde, me tenías frente tuyo después de varios días así que lo único que había en tu cabeza (y no sólo allí) eran tus ganas de poseerme y hacerme tuya una vez más. Y te pedí de muchas maneras que dejemos eso para otro día, pues realmente el malestar de mi resfriado era terrible. Pero más podía tu deseo y me besaste pese a los tantos discursos anteriores en los que habíamos llegado a la conclusión de que los besos entre nosotros no existían. Cerraste la cortina, quedó un ambiente romántico, casi oscuro, pusiste música de la radio. Unas cuantas rendijas permitían que ingresen algunos rayos de sol. Y sin haberlo premeditado y sin haber llegado a tu casa predispuesta a hacerlo, allí estaba yo, siendo tuya nuevamente. Esta vez tu mueble grande era el lugar perfecto para nuestro efímero encuentro. Me sacaste todas las prendas, tú te sacaste las tuyas y lo hicimos. Fue súper bueno. Creo que además de tener tanta compatibilidad entre nosotros y nuestros cuerpos, eres tú el que me hace sentir viva, deseada, y siempre sabes hacer lo necesario para que el placer se sienta desde el último dedo de mis pies hasta el cabello más largo de mi cabellera. Eres increíble, por eso me encantas tanto y disfruto hacerlo contigo. Mientras retomábamos el aire y nos vestíamos, me preguntaste si antes lo había hecho con alguien en una sala y me reí, por la confianza que te tengo te dije que efectivamente ya lo había hecho, tú dijiste que era tu primera vez, yo no te creí. Y seguro menos me creíste tú cuando te confesé que yo nunca lo había hecho así pero en casa ajena, esa si era mi primera vez.
Cuando terminamos, yo no lo podía creer, eran cerca de las cuatro de la tarde y la mayor parte del tiempo no hice más que fornicar contigo sin haber encontrado solución para mi resfrío. Bueno a decir verdad, mi respiración se volvió más despejada. Me dejaste con una sonrisa en el rostro y una y mil veces decía en mi mente "¿Cómo es que tienes ese poder para hacerme sentir tan bien siempre?". Ya nos teníamos que despedir, tú tenías que dictar clases, yo tenía también que trabajar... ¿Y la inyección?... ¿Cuál de las dos?... la verdadera, la del resfrío.....Dijiste que sería mejor que tome unas pastillas, fuiste a tu almacén, sacaste cuatro cajas y me las diste dándome las indicaciones de cómo tomarlas. Mientras salíamos, sentía que era muy agradable y tenía un toque especial el hecho de salir de tu casa a plena luz, actuando como quien no tiene nada que esconder y despidiéndonos con un beso en la mejilla como diciendo "Aquí no pasó nada" a los que podían afuera observarnos aunque nuestros ojos libidinosos decían lo contrario mientras cruzábamos miradas de despedida.
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