Te acompañé por la tarde a buscar un tío tuyo que es médico para que te haga un Certificado Médico para tu hermana, pues había faltado a su trabajo y necesitaba justificar su inasistencia. Él estaba de viaje o no recuerdo bien pero el lío era que no había forma de ubicarlo. Se me pasó por la cabeza una idea que tenía tridente, cola y cuernos de diablito, como tenía todo eso, preferí desecharla de mi mente. Sin embargo, el tiempo pasaba y veía tu desesperación de no poder conseguir una solución que ayude a tu hermana. Así que después de pensarlo muchas veces, la voz del diablito te dijo en voz alta a través mío: "Si hasta mañana no logras conseguir quien te haga el Certificado, me avisas y veo si un amigo puede ayudarnos".
Al día siguiente, cuando ya me había olvidado del asunto, me llamaste. Necesitabas el bendito certificado y tenía que recurrir a mi amigo. Tuve una sonrisa con tintes de vergüenza, ¿Era capaz de llegar a tanto?... ¡Qué miércoles!, total si tú en innumerables ocasiones me habías visto la cara de tonta, ¿por qué yo no podía hacerlo una vecita? Pero ojo, aún faltaba saber si "mi amigo" podía ayudarme con semejante cosa. Así que tomando valor lo llamé a pedirle ese favor. No dudó en ayudarme, tan sólo me preguntó para quién era, le respondí que para una amiga. No estaba mintiendo. Tu hermana era mi amiga.
Entonces quedamos en vernos. Me encargaste que compre el certificado en la farmacia. Estuve camino a tu trabajo pero me encontré con un amigo, estuve calculando que saldrías en unos minutos y podríamos ir juntos. Pero tú sin saber que yo estaba cerca, saliste por otra calle, cortaste camino, casi corriste y llegaste al hospital. Yo estaba lejísimos cuando me avisaste, pero ni modo tuve que ir. Mi "amigo" me estaba esperando más de una hora, en realidad ya era su hora de almuerzo pero me estaba esperando porque había quedado conmigo. Le avisé que estaba en el nosocomio. Él me esperaba en su consultorio, aquel lugar que había sido el sitio perfecto para nuestros efímeros y osados encuentros íntimos. Cuando abrió la puerta, la sorpresa que se llevó fue que esta vez no habría ningún "rapidito" porque yo estaba con compañía. La expresión de su carita fue de desconcierto, me encantó.
Cuando los presenté y se dieron el apretón de manos me sentí una Rubí, tenía tantas ganas de reír. La venganza dulce estaba ocurriendo. En realidad contigo yo no tenía nada íntimo hace muchos meses, tú sin saber estabas saludando al que me había hecho suya un par de días atrás. Él siendo muy caballero nos hizo pasar, yo tomé asiento y te apoyaste atrás ligeramente en la camilla...sí aquella que si hubiera podido hablar, la hubiese tenido que sobornar para que no me delate.
La mirada de él no dejaba de ser de desconcierto. Claramente podía leer en sus ojos la gran pregunta: ¿Quién este? Recuerdo que estabas con jean y un polo blanco, súper sport; él tenía su vestimenta formal como todo un doctor. Yo sólo rogaba que ninguno de los dos tenga la más mínima sospecha de nada, de esa manera él no tenía por qué saber que eras "mi amor", mi ex, el hombre que aún me robaba suspiros y hacía latir mi corazón a mil; pero en realidad lo que menos quería era que tú sepas que estabas mirando a mi "amigo cariñoso", aquel que hace dos días me había hecho el amor de una manera extraordinaria. Resultaba hasta cómico estar con los dos en un consultorio de unos cuantos reducidos metros cuadrados, sobretodo en el mismo lugar donde él me hizo lo que tú no me hacías hace mucho.
Él me pidió los datos de mi amiga y mientras yo le indicaba qué días necesitaba, tú querías decirme que era por un día más, estabas a medio metro mío pero sutilmente me enviaste un mensaje de texto al celular, allí me decías qué enfermedad y los días exactos. Se supone que el certificado era para mi amiga, por lo tanto, la que tenía que conocer todos los detalles era yo. , Él ya había colocado lo que yo le dije y tuvo que acomodarlo luego. Fueron minutos muy tensos. Mi hombre casi perfecto siendo pícaro y muy a su estilo me miraba con esos ojitos juguetones que me decían "te quiero comer". La sensación de sentirse mujer deseada en medio de dos es placentera. Me sentía una niña traviesa. En realidad, viéndolo con frialdad, les estaba viendo la cara a los dos, uno haciendo un favor que era para el otro, y el otro sin saber que esa misma mano que estaba redactando el certificado conocía mi cuerpo. La niña linda estaba haciendo eso con los "vivísimos". Fueron minutos de éxtasis, lo juro. Yo no dejaba de sonreír, aunque ninguno de los dos sabía el porqué. Lo cierto es que no estaba con ninguno de los dos, pero creo que logré sentir alguito de lo que siente un hombre perro cuando por alguna extraña circunstancia tiene que presentar a la amante con su esposa. Pero ¿estaba siendo mala?...No, yo en mi afán de lograr la paz mundial simplemente había obtenido un inocente favor para alguien que lo necesitaba. ¿Qué tenía entonces eso de malo?... NADA. Fui tan sinvergüenza que era capaz de pedirle a Dios que me coloque mi estrellita en la frente por ser niña buena.
Terminó de hacer el documento que tanto necesitábamos, bueno en realidad tú no yo, o bueno tu hermana. Le agradecí con todas las reverencias posibles y mientras nos parábamos para despedirnos saque de mi cartera un presente para él. Su cumpleaños había sido una semana antes. Él recibió mi presente con la más linda sonrisa, no imaginó que tendría ese detalle. En realidad había sido una de las primeras personas en saludarlo a medianoche para su onomástico y él no olvidaba ese gesto. Entonces sentí que estaba por poner la cerecita al postre; me acerqué a él, lo llené de halagos, le di un enorme abrazo, un beso en la mejilla y su obsequio. Él correspondió ese abrazo con mucho ímpetu. Mi venganza estaba siendo un éxito. Estoy segura que sentiste celos.
Mientras salíamos del consultorio, él me llamó por mi nombre, yo volteé y me dijo: "No te pierdas, te llamo uno de estos días para vernos", fue allí recién cuando coloqué la cerecita. Creo que si le hubiese dicho que lo haga no lo hubiese hecho tan bien. Le salió muy natural. Yo me despedía con tridente en mano. Al salir, mi sonrisa se convirtió en un gesto de preocupación cuando me dijiste que lo conocías. Casi me da un infarto, me pregunté cómo, cuándo, por qué, de dónde. Y recordé que mi ciudad es una ratonera, que por uno u otro motivo la gente se conoce sí o sí. La curiosidad me carcomía así que me contaste. Hace muchos años, cuando recién estábamos en la universidad habías tenido un pleito de muchachos en un bar conocido, según tu versión lo golpeaste por un altercado que tuvieron, hasta le rompiste los lentes así que tuvieron que separarlos. Te increpé cómo habías sido capaz de hacer semejante cosa y entre risas respondiste: "¿de dónde iba a imaginar que casi 8 años después él sería médico y yo necesitaría un favor suyo?". Nos reímos muchísimo, en realidad yo lo disfrutaba más. Por ratos me decía a mí misma: "ya no tienes escrúpulos, te pasas, eres el colmo", recordando las palabras de mi comadre. Pero rápido ese auto jalón de orejas se esfumó de mi mente, pensando cuántas veces yo había tenido que pasar por algo similar y yo tan linda sin saber que me veías la cara. Así que ya no me sentí culpable de mi diablura, al contrario empecé a creer que la venganza no siempre mata el alma y la envenena, sino que algunas veces si es buena, justa y necesaria.
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