Sobrepasando los límites permisibles

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No nos habíamos vuelto a ver desde que nos conocimos. Habíamos hablado varias veces por celular y me habías pedido que vaya a visitarte en tu trabajo como que conversábamos un poco más. Y por más que sabía que eras un pendejo, mi diablillo interior me empujó a ir. Fui muy guapa. Cuando entré a tu consultorio en el Hospital te pregunté si tenías que atender a más pacientes y me dijiste que no porque ya habías acabado con los de ese día. Fuiste muy cortés conmigo y nuestras sonrisas con pinceladas de diablura saltaban a la vista. Me dijiste con asombro "Eras más morena de lo que parecías esa noche" y yo te dije: "Y tú eras más pecoso" y soltamos la risa. Para serte sincera la ropa casual con la que te conocí te hacía ver mucho mejor que el terno que llevabas puesto esa mañana.
Habían pasado varias semanas, casi un mes desde que nos conocimos y estábamos allí disfrutando de la química que era notoria entre nosotros. Me encantaba poder conversar contigo de cosas triviales como de cosas con más importancia. Me recordaste que seguías asombrado de que yo no ejerciera mi profesión y que hubiera encontrado mi vocación en algo totalmente distinto, no podías creer, no recuerdo bien qué dijiste pero la idea era que no podías creer que una chica tan inteligente como yo estuviera trabajando en un tema como ese. Yo volví a darte mis razones y tuviste que aceptar que era increíble la forma como defendía mi trabajo y volviste a decirme que era maravilloso cómo me brillaban los ojos cuando hablaba de mi nuevo trabajo, creo que por eso y por la forma de cómo lo defendía, pudiste darte cuenta que simplemente estaba enamorada de mi trabajo y que eso te parecía estupendo.
De rato en rato alguien te buscaba, tocaban la puerta, sonaban nuestros celulares, atendíamos con total naturalidad y cuando volvíamos a tener tiempo para nosotros, volvías a acercarte y nos empezábamos a besar. Antes de aceptar el primer beso de ese día te toqué el tema de tu enamorada y tú no quisiste dar mayor importancia ni explicación respecto al tema. Como te insistí dijiste que tenían algunos problemas (clásica respuesta del infiel), que entre ustedes las cosas no estaban bien y que ella era muy celosa. Te dije que por tu comportamiento era entendible que ella tuviera reacciones de esa naturaleza porque un santo no eras. Me preguntaste si yo tenía a alguien en mi vida y en pocas palabras describí la situación en la que estaba (o sea en nada) y terminaste diciéndome: "Se nota que estás bien enamorada de ese pata" creo que así como por mi trabajo, también me brillaban los ojos cuando habla de él". Era inevitable nunca podía negar que moría por ese hombre, mi amor.
Era alrededor del mediodía, afuera el sol estaba en todo su esplendor, y el ajetreo de un hospital se hacía presente con todo lo que se escuchaba en el pasadizo y del otro lado de la ventana. Pero había una explícita atracción y el mutuo coqueteo no se hacía esperar. La desventaja era que tú si tenías enamorada y yo estaba enamorada de un pobre idiota que decía amarme pero no quería hacerme daño porque tenía que resolver sus conflictos existenciales para algún día estar en condiciones de ofrecerme una relación estable, o sea, otro pendejo.
Te acercabas demasiado. Yo, con cierto esfuerzo, logré sacar al frente mi parte decente pero no duró mucho. Tú sabías que con tu insistencia podías lograr algo similar a lo de la otra noche. Nos besamos, fue riquísimo, siguieron las caricias, la cosa estaba demasiado calentona para ser la segunda vez de vernos. Y yo me debatía una vez más entre el ser y el deber ser. Finalmente me dejé llevar por el ser pero claramente pudiste notar que no podía estar tranquila sabiendo que tenías enamorada, eso me hacía sentir como la mala de la película. Aunque definitivamente la cabeza caliente pudo más que la prudencia y la decencia, mientras avanzábamos sin importarnos nada.
Lograbas despertar mi parte más apasionada y menos conocida. En realidad siempre tuve la "fama" de ser la chica virgen, inclusive hasta cuando estuve en mi anterior trabajo. Yo sinceramente me reía mucho cuando escuchaba esos comentarios porque si bien es cierto cuando la gente hablaba de sexo jamás di mi opinión haciéndome la santurrona o puse cara de ¡Es demasiado para mis oídos!, tampoco he sido demasiado explícita para hablar respecto a mi intimidad y sólo mi entorno más cercano sabía que yo para el sexo no tenía tapujos y que no tenía problema alguno en experimentar cosas nuevas. ¿Pero un consultorio de hospital público?. Tú alucinabas que estabas haciéndome hacer lo más loco en la intimidad y muy orgulloso de lo que hacías me preguntaste si alguna vez lo había hecho en un consultorio, yo te dije que no, luego de recordar ciertos lugares extraños. Te echaste a reír porque esos segundos daban la impresión que lo había hecho con demasiadas personas en muchos lugares y necesitaba que refrescarme la memoria. Sin embargo, eso no era cierto. Te pregunté en qué lugares extraños lo habías hecho y no recuerdo qué me dijiste. Tú me hiciste la misma pregunta y te dije que en un bus interprovincial, y te sentiste me miraste asombrado como diciéndome cuán avezada podía ser como para atreverme a hacerlo en un lugar con tanta gente alrededor. Tú querías traer un condón y te dije que no porque ya me iba y no quería que pasemos a mayores, ya el jueguito, las caricias y los besos habían sido demasiado por ese día. Me dijiste que si tanto miedo tenía que lo hagamos en el consultorio, podíamos ir a tu camioneta que estaba estacionada afuera. Insististe que no demorarías nada y saliste sin importarte mi inicial negativa porque en realidad al final acepté tu propuesta.
Me quedé allí sentada, vestida, observando el pequeño consultorio con paredes de ese color verde horrendo que tienen los hospitales, no tenía nada de extraordinario ese lugar, sólo un escritorio de metal color plomo, un estante chiquito, una camilla, un biombo que separaba el ambiente del lavamanos, una puerta que daba afuera y otra que se conectaba con un espacio pequeño donde los médicos tenían sus lockers. Este ambiente, a su vez, tenía conexión con otro consultorio al otro lado. Y claro, la enorme ventana con vidrio tipo catedral que permite ver las siluetas de la gente que caminaba allá afuera y que supuestamente no permitía que vean lo que ocurría adentro.
Regresaste y al encontrarme allí sentada, era obvio que tu delivery de condones no era en vano. Tácitamente había aceptado la locura de salir de ese lugar, que para mi criterio era inseguro. El personal en cualquier momento podía ingresar y la sola idea de ser vista como la mujerzuela que está empiernándose con el doctor que tiene enamorada, era para mí, terrorífica.
Salimos juntos, muy decentes, en realidad la adrenalina que mi organismo secretaba era alucinante. Tú con tu apariencia de ser un médico joven, simpático pero correcto y yo una chica seria. Subimos, con total naturalidad, a la que sería testigo de nuestro primer encuentro sexual, al más atrevido que he tenido a decir verdad. Tus lunas polarizadas y el cobertor del parabrisas le daban el toque preciso a ese momento de entrega mezclado con pendejada. ¡Hello! estábamos en el estacionamiento del hospital central de la ciudad, a medio día, con un sol infernal dispuestos a hacerlo y sin más preámbulo nos desvestimos, tú reclinaste ambos asientos, el calor era insoportable, pero insisto, la calentura era más fuerte que cualquier cosa y la magia de tratarnos como si nos conociésemos hace tiempo era riquísima. Esa sensación de poder ser vistos es increíble, la disfrutamos demasiado. Definitivamente eso era lo que hacía más excitante nuestro primer encuentro íntimo, hasta que te empezaste a estresar, era la hora de almuerzo y todo el personal de las oficinas administrativas salían como manada en busca de su presa, todos salían casi corriendo para marcar tarjeta e ir a sus casas, y tú encima mío, ambos desnudos y no había cuándo dejasen de pasar. Nosotros podíamos ver todo con mucha claridad, pero desde afuera ellos no nos veían, pero igual la sensación era rarísima. Te estresaste tanto que se te fue la erección, What??? ... ¿Acaso eso le estaba pasando al hombre seductor en su primer encuentro, en el que se supone la regla de oro es jamás empezar con algo así? Yo creo que tú morías de vergüenza conmigo, yo quería reírme pero actué con mucha naturalidad para no hacerte sentir peor de lo que ya estabas. Justificaste tu "problema" con la incomodidad de esa falsa impresión, que daban las lunas polarizadas, de poder ser descubiertos u observados por toda la gente que pasaba. Bueno para ser sincera yo también tenía mis miedos pero al menos no conocía a nadie, tú conocías casi a todos. Tuve que ayudarte un poco manualmente y el muerto revivió. Lo que vino después fue casi como llegar a la gloria. Sólo bajábamos la velocidad cuando sentíamos que el carro se movía al ritmo de nuestros movimientos. La dama decente ya no era tan decente en esas circunstancias y no me importaba. Disfruté todo absolutamente todo, pese a que era incómoda la posición, el lugar poco convencional y el extremo sudor de nuestros cuerpos. Afuera el silencio y el vacío nos acompañaban. Era la hora de almuerzo.
Al terminar nos reímos de tremenda payasada que para ambos era nueva. Tú si lo habías hecho en esa camioneta pero jamás algo similar. Nos fuimos vistiendo, tú tenías que recoger a tu hijita del jardín y yo tenía que ir a ver a una de mis clientes. Pero no había forma de estar siquiera algo parecido a lo que estuvimos cuando nos saludamos esa mañana. Me arreglé lo más que pude, nos despedimos, bajé del carro con la sensación de que todo el que me veía podía sospechar. El maquillaje había sido corrido por el sudor, mi cabello estaba una desgracia y los lentes de sol eran mis únicos aliados para ocultar mi expresión. Los primeros pasos que di fueron con cierto temor, los demás fueron con toda la sinvergüencería del mundo, total ya lo había hecho ¿y qué?, la pasé super, fue delicioso. Esta vez sí que había roto todos mis esquemas, la chica linda, de familia decente, que estudió en el colegio católico, acababa de hacer lo que una dama nunca debe hacer.

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